LA AMISTAD MÁGICA
Cuenta una vieja leyenda que un niño y
su perro se perdieron un día en el bosque.
Ese niño se llamaba Pepe y solo tenía
12 años; la gente se extrañaba porque era altísimo para esa edad.
En su cara de color leche, pequeña y
fina, había unas cejas pobladas, destacaban unos ojos verdes oscuros
y poseía una nariz afilada, mejillas tersas y unas orejas diminutas.
Tenía los pies enormes, calzaba un 43
y sus pasos eran gigantes.
Pepe siempre había sido un chico
responsable, educado, divertido y un aficionado a las aventuras.
Era diferente a las demás personas por
su manera de ver las cosas.
El perro de Pepe se llamaba Milú y era
un cachorro de 10 meses.
En su cuerpo enano y regordete sólo se
notaban las manchas negras y blancas; tenía unas orejas muy pequeñas
y sus patas, ojos y cola casi ni se veían.
Poseía un gran carácter y era muy
gruñón. Ladraba mucho, por la mañana, por la noche... y así todos
los días, pero Pepe nunca dudó de que él era el mejor perro del
mundo.
Pepe vivía en una casa enorme, tenía
3 plantas y estaba situada en el bosque.
Poseía muchísimas
habitaciones. La mejor habitación de la casa era el salón porque
era grande, muy luminoso y bonito.
Pero a Pepe le daba igual que fuera
millonario, él se sentía muy solo, además de que sus padres no
dejaban entrar a Milú.
Lo mejor de la casa era sus vistas, se
veían un bosque gigante, verdoso y abundante de plantas, y los
atardeceres eran preciosos, los colores del cielo cambiaban de
amarillo a naranja. Las nubes se confundían con las sombras de la
noche. El mar deslizaba sus aguas suavemente mientras la marea subía.
La inmensidad del mar se confundía con el cielo en la línea del
horizonte mientras el sol bajaba, lentamente, hasta desaparecer.
Un día Pepe, tan aburrido en su casa,
salió de paseo con Milú al bosque. Tanto anduvieron que se
perdieron entre los árboles gigantes; y de repente se encontró una
ciudad mágica. Cuando Pepe y su perro entraron, vieron la triste
batalla entre duendes y hadas; ya de por sí, Pepe, se dio cuenta que
estaban peleados. Él fue a hablar con ellos y le preguntó porque
estaban peleados, pero nadie le contestó.
El pobre niño tuvo que atravesar toda
la ciudad para ir a la biblioteca y descubrir que pasaba. En el libro
ponía: «Una terrible mañana de verano, desapareció el cofre de
oro de las hadas, y ellas dijeron que los duendes les habían robado
el cofre, pero ellos lo negaban y así, tuvieron unas terribles
batallas que hasta ahora, siguen...». Pepe se quedó impactado de lo
sucedido, no se lo esperaba para nada, así que fue a hablar con los
duendes para saber lo que hicieron.
Los duendes se comportaron
fatal, ¡no le hacían caso! Hasta que el rey de los duendes se hartó
y les contó todo: ''Nosotros no robamos nada; mis súbditos vieron a
unas hormigas salir del palacio de las hadas, a ellas les he contado
esto, pero no se lo creen. Dicen que somos unos tacaños y
ladrones''.
Pepe se extrañó, así que
fue a hablar con las delicadas hadas.
Ellas por lo menos se
portaron bien con el muchacho, pero tampoco es que le hicieran mucho
caso. La reina tan amable le contó su idea de las cosas: ''Los
duendes siempre roban oro por donde van, así que cuando desapareció
el cofre, pensamos que ellos lo robaron''.
Pepe se quedó extasiado, no
sabía a quien creer, a si, que fue al hormiguero a ver si las
hormigas robaron el cofre. Cuando llegó se notaba muchísimo que el
cofre estaba allí; él cogió el cofre y mandó una carta a la reina
de las hadas y al rey de los duendes para que se reunieran.
Cuando estaba anocheciendo,
sus majestades llegaron y empezaron a discutir, hasta que Pepe les
paró. El muchacho empezó a decir que las hadas se habían
equivocado, que el cofre no lo habían robado los duendes sino las
hormigas. Las hadas le pidieron perdón a los duendes y esa
amabilidad es lo que le llenó al rey de los duendes para que le
pidiera matrimonio a la reina de las hadas. Las hadas y los duendes
vieron todas las muchas cualidades en común y así se hicieron muy
amigos. Sus majestades recién casados estuvieron muy agradecidos al
niño y le concedieron un deseo; él lo tenía muy claro, volver a
casa.
Cuando Pepe llegó a casa,
sus padres estaban muy preocupados y Pepe les dijo que su felicidad
era estar con ellos, pero en una casa muchísimo más pequeña.
Sus padres decidieron
mudarse al pueblo más cercano y en una casa normal y corriente; y
así Pepe fue feliz.